Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia, Vol. 18 Nº 37 (2018): 201-238
ISSN: 0124-4620 (papel) & 2463-1159 (electrónico)
Fecha de aceptación: 21/06/2018
Fecha de aprobación: 21/08/2018
https://doi.org/10.18270/rcfc.v18i37.2575
Axiología naturalizada en
historia y filosofía de las prácticas científicas
Naturalized
Axiology in the history and philosophy of scientific practices
Javier Echeverría
Jakiunde, Academia Vasca de
Ciencias, Artes y Letras
San Sebastián, España
Resumen
No basta con naturalizar la epistemología: el desafío
principal de la filosofía de las prácticas científicas es naturalizar la
axiología de la ciencia. Otro
tanto ocurre en historia de la ciencia. Esta se ocupa de las teorías,
hipótesis, observaciones, descubrimientos, experimentos, instrumentos,
publicaciones e instituciones, pero, también debería ocuparse de los diversos
criterios de valoración que utilizan los científicos, incluidos aquellos
criterios que devienen normas institucionales. Una cosa son los cambios
epistémicos y otra los cambios de valores en las diversas disciplinas
científicas, incluidas las matemáticas. Para mostrar estas hipótesis se analiza
la dimensión axiológica de un momento importante de la historia de las
matemáticas: el descubrimiento del cálculo diferencial e integral. Supuso la
instauración de un nuevo valor institucional, el derecho de prioridad del
primer descubridor, al que le subyacían valores no epistémicos. Asimismo, se
muestra que la concepción kuhniana de los valores de la ciencia es más sensible
a la naturalización axiológica que la de Laudan, para quien los valores
epistémicos son los únicos relevantes para la filosofía de las prácticas científicas.
Palabras clave: Epistemología
naturalizada; axiología naturalizada; valores de la ciencia; descubrimiento del
cálculo diferencial e integral; Kuhn; Laudan; Martínez;
Esteban; Álvarez; Wang
Abstract
It is not enough to naturalize epistemology: the main
challenge of the philosophy of scientific practices is to naturalize the
axiology of science. The same happens in the history of science. This deals
usually with theories, hypotheses, observations, discoveries, experiments,
instruments, publications and institutions, but it should also deal with the
various assessment criteria that scientists use, including those criteria that
become institutional norms. One thing is the epistemic changes and another the
changes of values in the various scientific disciplines, including mathematics.
To show these hypotheses, the axiological dimension of an important moment in
the history of mathematics is analyzed: the discovery of differential and
integral calculus (Newton, Leibniz). A new institutional value was established:
the right of priority of the first discoverer. The article shows also that the
Kuhnian conception of the values of science is more sensitive to axiological
naturalization than that of Laudan, for whom epistemic values are the only
ones relevant to the philosophy of scientific practices.
Keywords: Naturalized epistemology; Naturalized Axiology;
Values of Science; Discovery of Differential and Integral Calculus;
Kuhn; Laudan; Martínez; Esteban; Álvarez; Wang
1. Introducción
La
filosofía de la ciencia ha estado marcada a lo largo del siglo xx por lo que José Miguel Esteban y
Sergio Martínez han denominado teoreticismo:
"según la concepción teoreticista la ciencia se compone en esencia de
teorías, que son el resultado de la observancia de cierto método" (Esteban
& Martínez 2008 6). Como dichos autores subrayaron, el empirismo lógico
promovió el enfoque teoreticista
porque le facilitaba desarrollar su programa de unificación de la ciencia.
Filósofos de la ciencia tan renombrados como Carnap, Popper, Nagel, Hempel, así
como los defensores de la concepción estructural (Sneed, Stegmüller, Moulines)
y de la concepción semántica (Van Fraassen, Giere), adoptaron dicho enfoque,
pese a sus divergencias ontológicas, metodológicas y conceptuales. Durante
décadas, la filosofía de la ciencia se ocupó ante todo del análisis y la
reconstrucción de las teorías científicas. Su interés por la historia de la
ciencia fue escaso: a lo sumo investigaban la dinámica de las teorías, pero solo
para reconstruirla en términos generales, sin entrar en los detalles de su
evolución histórica ni de su construcción y difusión. Baste recordar los holones teóricos de la concepción
estructural (Sneed, Moulines y Balzer) para mostrar cómo el teoreticismo se
aplicaba también a la reconstrucción histórica de las teorías.
La
irrupción a finales del siglo xx
de la filosofía de las prácticas científicas, que había sido preludiada por
Fleck, Kuhn y Hacking, puso en cuestión al teoreticismo. La Enciclopedia de la Ciencia Unificada
intentó unificar el conocimiento científico y para ello se centró en las
teorías. A partir de los años 60 se produjo el giro historicista, que señaló la
importancia de la práctica científica y reemplazó las teorías por entidades más
amplias y complejas: paradigmas (Kuhn), programas de investigación (Lakatos) y
tradiciones de investigación (Laudan). En los 80, Hacking siguió promoviendo la
relación estrecha entre filosofía e historia de la ciencia, y comenzó a
estudiar a fondo las prácticas científicas, así como los instrumentos
científicos, mostrándose más sensible a los aspectos técnicos de la práctica
científica, que el teoreticismo había desdeñado.
A
mi modo de ver, el teoreticismo parte de un supuesto más general, al que voy a
denominar epistemologismo, aunque la
palabra resulte extraña. Se basa en la siguiente afirmación: el objetivo principal de la ciencia consiste en generar (producir)
conocimiento y hacerlo conforme a métodos científicos. Esta creencia es
ampliamente compartida por los científicos actuales, y también por muchos
filósofos, en particular los analíticos y cognitivistas. Incluso las prácticas
son investigadas desde una perspectiva básicamente epistemológica: es decir, en
tanto producen conocimiento.
El
teoreticismo y el epistemologismo han sido fundacionales para la filosofía de
la ciencia, entendida como disciplina académica específica. Por lo que respecta
a las relaciones entre historia y filosofía de la ciencia, es importante
recordar la voluntad demarcacionista
del empirismo lógico. No solo había que distinguir claramente entre ciencia y
no ciencia: el demarcacionismo dejaba a las ciencias formales fuera del
proyecto unificacionista, y también a las ciencias sociales. Esta separación de
la filosofía de la matemática, que en aquella época fue logicista y formalista,
no solo ocurrió entre los filósofos, también entre los historiadores. Hoy en
día, también en filosofía de las matemáticas el panorama ha cambiado, habiendo
surgido interés por las prácticas matemáticas:
In
the last three decades there have been a number of attempts to elaborate a
philosophy of mathematical practice, exemplified in the work of authors such as
Lakatos, Kitcher and Maddy. It could be said, however, that these attempts
remain isolated" ... "This may be changing in recent times,
especially in the case of P. Maddy (Ferreirós & Gray Introduction 16).
Sin
embargo, el epistemologismo también está presente en este giro hacia las
prácticas matemáticas. Tras dejar claro que la cuestión de las prácticas
matemáticas está presente ahora en todas las agendas filosóficas (5), Ferreirós
y Gray, en el libro que ambos editaron en 2000 con contribuciones de destacados
filósofos e historiadores de la matemática, dejaron claro que:
“the
reader will find some reflections on the variety of practices that contribute
to the formation of mathematical knowledge” (12).
En
el presente artículo, en cambio, voy a ocuparme de los valores de las ciencias,
incluidos los valores de las matemáticas, más que de los conocimientos
científicos y matemáticos. Parto de la hipótesis de que no todas las
actividades científicas están orientadas a producir conocimiento. En
particular, tanto en las ciencias físico-naturales como en las ciencias
formales, sociales y humanas, las actividades evaluadoras son muy importantes.
Sin embargo, los seguidores del epistemologismo y del teoreticismo les han
prestado poca atención. Pienso, además, que la cuestión de los valores es importante
para reflexionar sobre las relaciones entre historia y filosofía de la ciencia,
y por eso comentaré un ejemplo relevante, extraído de la historia de las
matemáticas: el descubrimiento del Cálculo Diferencial e Integral. Podría haber
aportado otros muchos, en particular la aparición de las Computing Sciences, que han estado en el origen de la revolución
tecnocientífica contemporánea (Echeverría 2003a), que ha transformado ante todo
la práctica científica, y en particular los valores que la orientan, y solo
como consecuencia el conocimiento científico (y matemático). La aparición de la
tecnociencia contemporánea aporta un cambio histórico de primera magnitud,
comparable a la revolución científica del siglo xvii; pero para analizar ese cambio es imprescindible, a mi
modo de ver, tener en cuenta sus dimensiones praxiológicas y axiológicas, no solo
las epistemológicas y metodológicas. Sin embargo, comentar este ejemplo me
hubiera llevado muy lejos, razón por la cual me limito a evocarlo. En
Matemáticas, la aparición del Cálculo Diferencial e Integral supuso un cambio praxiológico
radical en el siglo xviii, pero
en su descubrimiento se produjo un debate axiológico de gran envergadura, que
merece la pena tener en cuenta en el momento de proponer, como haré al final de
este artículo, una axiología naturalizada, y no simplemente una epistemología
naturalizada. Las Computing Sciences
serían un segundo gran ejemplo, todavía más claro. En cualquier caso, parto de
la hipótesis de que tanto las teorías como las prácticas científicas (y
tecnocientíficas) están cargadas de valores. Por eso insisto en la importancia
del contexto de evaluación (Echeverría
1994, 1995a y 1995b), que no solo ha de ser investigado filosóficamente, sino
también históricamente.
Retomando
la cuestión del teoreticismo y del demarcacionismo, el empirismo lógico, para
desarrollarlos, asumió otros presupuestos, entre los cuales mencionaré dos: 1)
la oposición entre contexto de descubrimiento y justificación (Reichenbach) y
2) la oposición entre hechos y valores (Wittgenstein, Russell, Moore). El
contexto de descubrimiento quedó excluido de la filosofía de la ciencia, razón
por la cual ésta no debía ocuparse de las prácticas científicas ni tampoco del
desarrollo histórico de las teorías. Su objetivo consistía en analizar y
reconstruir el conocimiento teórico una vez elaborado, construido y aceptado
por los científicos. A principios del siglo xxi,
estos dos presupuestos han sido abandonados. Uno de los libros seminales en
filosofía de las prácticas científicas, el de Sergio Martínez (Geografía de las prácticas científicas 2003),
dejó muy claro el nuevo enfoque: "será indispensable, en epistemología,
hacer un estudio de la estructura y la dinámica de las prácticas
científicas" (2003 21). Esta línea de investigación ha producido
resultados importantes, muchos de los cuales han quedado bien resumidos en
Martínez & Huang (2015). Sin embargo, no se ha liberado del
"epistemologismo" recién mencionado, aun habiendo promovido
claramente la naturalización (praxiológica -diría yo) de la epistemología,
punto en el que coincido plenamente con Martínez y Huang. En esta contribución
quiero proponer un paso más: naturalizar la axiología de la ciencia.
Antes
de ocuparme de las prácticas científicas y de las actividades valorativas de los científicos, las cuales forman una
parte importante de la práctica científica, llamaré la atención sobre otro
presupuesto adicional que, surgido del teoreticismo y del empirismo lógico, ha
impregnado en parte a la filosofía de las prácticas. Lo denominaré normativismo. Para caracterizarlo
partiré de un pasaje en el que Esteban y Martínez (2008) sintetizan con precisión
y acierto los planteamientos de Hempel:
La filosofía de la
ciencia tiene un corpus de problemas bien acotado, a saber, el tipo de
problemas que surgen al modelar la relación entre evidencia y teorías,
problemas cuya resolubilidad suele vincularse sin más con el carácter
epistemológicamente crucial de la distinción entre contexto de descubrimiento y
contexto de justificación. El desafío a dicha distinción suele venir acompañado
por la aceptación de la pertinencia y la defensa del inevitable concurso de la
historia de la ciencia y de otras disciplinas descriptivas en cualesquiera
acercamientos filosóficos a la ciencia y, en el caso de la presente antología,
a su condición práctica y normativa (Esteban & Martínez 2008 6).
Según
Hempel, la historia de la ciencia es una disciplina descriptiva, mientras que
la filosofía de la ciencia tiende a ser prescriptiva y normativa. Difiero de
ese tipo de planteamiento, que se remonta a Dewey. A mi modo de ver, la
historia de la ciencia, como cualquier disciplina (incluida la filosofía de la
ciencia), también tiene su propia
axiología, aunque esta dimensión no ha sido analizada por los
historiadores. Por mi parte, pienso que el estudio e investigación de las
prácticas científicas atañe a la praxiología,
en la cual se inscribe la filosofía de la práctica científica, pero también la
historia de las prácticas científicas, así como la sociología, la economía y
otras ciencias sociales y humanas. Como ya he afirmado en publicaciones previas
(Echeverría 2007b y 2008, por ejemplo), pienso que la praxiología ha de ser,
ante todo, empírica. En la medida en que la filosofía de las prácticas
científicas interactúe con otras disciplinas praxiológicas, habrá de ir renunciando
a la tradicional pretensión prescriptiva y normativa de muchos filósofos y
epistemólogos. No pienso que el objetivo de la filosofía de la ciencia consista
en decir a los científicos lo que deben hacer, ni en poner normas a las
prácticas científicas. La concepción kantiana de la razón práctica, típicamente
prescriptiva y normativista, se ha colado de rondón en la filosofía de las
prácticas científicas, y también en la epistemología. Por mi parte, reconozco
que algunas actividades científicas están sujetas a normas, ciertamente. Pero
el mundo de los valores es mucho más amplio que el de las normas. El objetivo
de esta contribución consiste en mostrar que el normativismo o prescripcionismo
ha tenido una consecuencia no deseable: solo se han investigado aquellos valores
que generan normas, y en particular normas epistémicas.
Las
prácticas científicas, y sobre todo las prácticas tecnocientíficas
contemporáneas, están sujetas a otros tipos de normas: por ejemplo económicas,
políticas y administrativas, no solo normas epistémicas, morales y jurídicas. Por otra parte, en la ciencia y en la
tecnociencia operan valores que no tienen función normativa alguna: por ejemplo
los que llevan a los científicos a preferir unas propuestas u otras, unos
instrumentos a otros y unas líneas de investigación a otras. En particular, la
propia ciencia en su conjunto es considerada como algo valioso, y esta
valoración genérica no proviene de norma alguna, sino de sistemas de valores muy
complejos, que hay que analizar filosófica e históricamente. Hoy en día,
promover la difusión y el prestigio de la ciencia en la sociedad es un objetivo
para muchos científicos, a pesar de ser ajeno al contexto de investigación.
Si
la praxiología y la axiología de la ciencia parten de investigaciones
empíricas, basadas en el desarrollo histórico de las ciencias, entonces han de
indagar qué generan las ciencias, y por qué lo que generan es valioso. El
conocimiento científico lo es, sin duda, pero no solo el conocimiento. La
ciencia también se aplica a la resolución de problemas no epistémicos. Por eso
se habla de ciencia aplicada, así como de tecnociencia. La epistemología y la
metodología son muy importantes para la filosofía de la ciencia, pero a ellas
hay que añadirles la axiología, como anticipó Kuhn (1977) y propuso formalmente
Laudan en su libro Science and Values
(1984). Otro objetivo del presente artículo consiste en investigar las relaciones entre la filosofía y la historia de la
ciencia desde una perspectiva axiológica, y no solo epistemológica o metodológica.
La filosofía de las prácticas científicas no solo ha de ocuparse del
conocimiento que generan las diversas actividades científicas, sino también de
otros resultados y consecuencias valiosas que surgen de ellas. Esto es
particularmente cierto en el caso de las matemáticas, las cuales producen
conocimiento matemático conforme a métodos rigurosos, pero también generan
otras muchas cosas valiosas, por ejemplo las aplicaciones de las matemáticas a
otras ciencias, así como a diversos sistemas tecnológicos. La matemática pura,
que solo busca conocimiento y genera teorías abstractas, es importante, sin
duda; pero no menos importantes ni menos valiosas son las aplicaciones de las
matemáticas, por ejemplo a la física, a las ciencias sociales, u hoy en día a
las tecnologías informáticas. Esas aplicaciones aportan otras modalidades de
valor, ajeno a las matemáticas, sin perjuicio del indudable valor epistémico y
cognitivo que el conocimiento matemático tiene por sí mismo.
La axiología de las matemáticas no se reduce a la epistemología ni a la metodología porque las prácticas matemáticas han tenido en cuenta a lo largo de la historia otros valores, y ello desde los pitagóricos, quienes construyeron un saber teórico y abstracto, pero con importantes aplicaciones a la hora de calcular, medir la tierra, investigar los movimientos de los astros o construir armonías musicales. Los Elementos de Euclides fueron una gran aportación a la teoría matemática y al método deductivo, pero la teoría de las magnitudes inconmesurables de Eudoxo, que quedó expuesta en dicho libro, tenía importantísimas aplicaciones a la resolución de problemas concretos de aquella época, relacionados con la navegación, el funcionamiento de los mercados, la construcción de armas de guerra (Arquímedes), o simplemente, la construcción de figuras y composiciones bellas en arquitectura, música, escultura, pintura, jardinería y otras artes liberales. Estas aplicaciones artísticas tuvieron gran desarrollo en la civilización helénica gracias a las matemáticas. El presunto misterio de la utilidad de las matemáticas se resuelve fácilmente en cuanto tenemos en cuenta que hay una axiología de las matemáticas, y no solo una epistemología, una metodología y una ontología. Las aplicaciones y utilidades siempre han sido valores relevantes para los matemáticos, sin perjuicio del valor cognitivo que la matemática pura tiene por sí misma.
Sergio
Martínez y Xiang Huang cuestionaron en 2015 que “el papel de las prácticas se
considere restringido al contexto de descubrimiento y que por lo tanto no
desempeñen un papel en cuestiones de justificación" (Martínez & Huang
2015 44). Estoy completamente de acuerdo con esa afirmación. Por mi parte, la
amplío a los cuatro contextos de la actividad científica (educación -y difusión-,
investigación -e innovación, evaluación y aplicación). En dichos contextos hay
prácticas educativas, investigadoras, valorativas y aplicaciones del
conocimiento científico a la resolución de problemas de todo tipo. Sigo
utilizando esa distinción, e incluso voy a proponer en el presente artículo un
quinto contexto, el de financiación,
particularmente importante en el caso de la tecnociencia. Las tecnociencias
contemporáneas están fuertemente marcadas (también normativizadas) por valores
económicos derivados de la necesidad de financiar los recursos materiales y
humanos para investigar, así como por la frecuente exigencia de hacer rentables
los resultados de las investigaciones científicas, sea económicamente, por la vía
de las patentes y las innovaciones, sea socialmente, por la vía de la
aplicación de la ciencia a la solución de problemas sociales, ecológicos y de
otros tipos. Esos valores y normas no son epistémicos, y sin embargo están muy
presentes en la práctica científica. Independientemente de que la investigación
tenga financiación privada, pública o mixta, hacer filosofía de las prácticas
científicas en el siglo xxi
implica tener en cuenta que la tecnociencia contemporánea es costosa
económicamente. Por tanto, la axiología de las ciencias (incluidas las
matemáticas) ha de abrirse al estudio empírico de los valores económicos de la ciencia, además de los valores
epistémicos, morales, sociales, políticos y jurídicos, que suelen ser los
mencionados por los filósofos de la ciencia.
En
suma: no basta con aceptar que la ciencia está cargada de valores, tanto
epistémicos como no epistémicos. Hoy en día, esto es un lugar común en la actual
filosofía de la ciencia. Además de reconocer que la ciencia no es neutral axiológicamente,
hay que indagar qué valores son relevantes en cada momento histórico,
disciplina e institución. Como dije anteriormente, se trata de indagar empíricamente qué valores
intervienen en las prácticas científicas y, en particular, en las actividades evaluativas, que son las que
conforman el contexto de evaluación.
La
axiología de la ciencia parte de un estudio empírico del contexto de evaluación y tiene como primer objetivo el estudio de
las diversas actividades evaluadoras que llevan a cabo los científicos, las
cuales no solo son epistémicas ni solo están regidas por reglas metodológicas.
Los científicos no solo valoran las teorías, verificándolas, refutándolas o
contrastándolas con la experiencia. Antes que eso, los científicos eligen unas
líneas de investigación u otras en función de diversos criterios valorativos,
uno de los cuales es su heurística positiva o negativa, como subrayó Lakatos,
pero no solo ella. A lo largo de las diversas actividades que llevan a cabo en
sus carreras profesionales, los científicos realizan numerosas evaluaciones. No
solo elaboran y contrastan teorías: también sopesan hipótesis, evalúan las
observaciones y las mediciones, comparan la fiabilidad de unos datos u otros,
proponen demostraciones y argumentaciones más o menos convincentes y, last but not the least, están muy
atentos a la repercusión y a las posibles aplicaciones que pueden tener los
resultados de sus investigaciones. Todas estas actividades y otras muchas que
cabría mencionar componen el contexto de evaluación, el cual está imbricado en
los restantes contextos: investigación, enseñanza, aplicación y financiamiento.
Los
filósofos de inspiración popperiana estuvieron tan empeñados en propugnar una
epistemología sin sujeto que casi llegaron a olvidar que la ciencia la hacen personas e instituciones, y que unas y otras son evaluadas constantemente, una y otra vez.
Las acciones institucionales suelen estar, además, reguladas y normativizadas.
La filosofía neopositivista de la ciencia no solo prescindió del contexto de
descubrimiento, también del de educación, como señaló Kuhn (1982 351) y de los
de aplicación y evaluación, como por mi parte añadiría. Ocurre que puede haber
avances en los cuatro contextos, no solo en la investigación. Incluso en este
caso, una axiología empírica constata de inmediato que los pequeños avances a
lo largo de una investigación son evaluados una y otra vez por los
investigadores que los producen. No solo se evalúan los resultados finales (las
teorías), también los productos y acciones intermedias.
Partiendo
de la hipótesis de los cuatro contextos de actividad científica, la axiología de
la ciencia no se limita a las normas y a las prescripciones. Parafraseando a
Esteban y Martínez, "tiene sentido hablar de la filosofía de la ciencia
como un intento por identificar estructuras normativas generales" (Esteban
& Martínez 8), pero sus tareas son mucho más amplias y complejas que el
simple normativismo, sea epistémico o de otro tipo. La filosofía de las
prácticas científicas es una investigación empírica que ha de estar
estrictamente basada en las actividades científicas tal y como éstas suceden,
sean estas investigadoras, docentes, evaluadoras o de transferencia y
aplicación la solución de problemas sociales, industriales, sanitarios,
medioambientales o de otros tipos. Diferentes tipos de valores (normas,
objetivos) entran en juego a lo largo de esas diversas actividades. Como dijo
Dewey: "las valoraciones son pautas de comportamiento empíricamente
observables, y pueden ser estudiadas como tales" (Dewey 2008 124). Bien
está detectar las estructuras normativas, pero hay otras muchas estructuras a
analizar en las prácticas científicas. Como enfoque filosófico, el normativismo
es limitador y restingido.
En
este artículo daré un paso más: además de superar el teoreticismo y el normativismo, la filosofía de la ciencia ha de naturalizar su axiología, investigando
los valores de la ciencia conforme a métodos científicos. Algunos valores
generan normas, otros, preferencias, elecciones y decisiones. Esto afecta a las
propias normas que una institución ha de adoptar en su praxis, como luego
mostraré. El normativismo ha limitado
excesivamente el estudio de las prácticas científicas y ha impedido el
desarrollo de una axiología empírica y naturalizada. Ello se debe, a mi juicio,
a la influencia del epistemologismo y de las concepciones kantianas de la razón
práctica. Buena parte de la actual filosofía de la práctica científica ha
seguido centrándose en la normatividad y en la teleología cada vez que se ha
ocupado de los valores. El presente artículo está dedicado a criticar esta
insuficiencia. Para ello, pondré como contraejemplo empírico a las matemáticas
y sus valores, una cuestión poco estudiada.
Es
cierto que muchas actividades científicas tienen objetivos y normas. Sin
embargo, los valores de la ciencia aportan un campo de reflexión mucho más
amplio. Cuando un científico prefiere un instrumento de observación o de medida
a otro, aplica valores que no son normativos, sino que marcan preferencias y ventajas prácticas: mayor
precisión, fiabilidad, utilidad, comparabilidad y operatividad de los datos
obtenidos, por ejemplo. Una cosa son los objetivos últimos de una investigación
científica y otra muy distinta las actividades de evaluación que llevan a cabo
los científicos, a lo largo de las cuales valoran los resultados prácticos intermedios antes de evaluar los resultados
finales y las teorías. El contexto de evaluación está mayormente conformado por
dichas valoraciones intermedias, que
son las que caracterizan esta dimensión de la práctica científica. La ciencia
tiene objetivos y normas metodológicas, sin duda. Pero reducir los valores a
las metas y a las normas supone ignorar la gran complejidad del contexto de
evaluación, el cual es muy cambiante según las disciplinas y a lo largo de la
historia.
Esta
será una de las aportaciones del presente artículo: mostrar que la axiología de
la ciencia tiene una importante dimensión histórica, que apenas ha sido
investigada, precisamente a causa del normativismo y del teleologismo en
filosofía de la ciencia.
2. La superación de la oposición hechos/valores: aportaciones
de Kuhn
La escisión entre
hechos y valores ha sido puesta en cuestión en las últimas décadas por numerosos
filósofos de la ciencia, pero ya en los años 70 del pasado siglo fue
indirectamente cuestionada. En la de su Estructura
de las revoluciones científicas (1962), Thomas Kuhn reconoció la existencia
de una componente axiológica en los paradigmas científicos y sugirió unas
primeras pautas para estudiarla. En La
tensión esencial (1977) publicó un importante artículo titulado "Objetividad,
juicios de valor y elección de teorías", donde retomó una conferencia que
había dado el 30 de noviembre de 1973 en la Furman University[1]. Dicho artículo planteaba
una cuestión novedosa: "¿cuáles son las características de una buena
teoría científica?" (Kuhn 1982 345). Asimismo aportaba una respuesta a
dicha pregunta, en la que no se hablaba de la verdad ni de la falsedad de una
"buena teoría", sino de otros valores, inicialmente cinco (precisión,
coherencia, amplitud, simplicidad y fecundidad), a los que poco después añadió
un criterio adicional de valoración adicional: la utilidad (345-346). Según él,
esos criterios "desempeñan un papel vital cuando los científicos deben
elegir entre una teoría establecida y otra que apenas comienza a conocerse"
(346). Por tanto, Kuhn no solo aludió a los valores de la ciencia, sino que
afirmó además que los criterios axiológicos están a la base de los procesos de
cambio científico, y más concretamente de los cambios de teoría o paradigma. Una teoría es "buena", de
decir, científicamente aceptable, en función de un conjunto de criterios que
debe superar. La cuestión de los valores, por tanto, es previa a la
dilucidación de la verdad, falsedad o verosimilitud de las teorías, que era lo
que preocupaba a los epistemólogos.
Para apoyar esta
propuesta axiológica Kuhn apeló a la historia de la ciencia, llegando a afirmar
que "valores como la precisión, la amplitud y la fecundidad son atributos
permanentes de la ciencia" (1982 359). A continuación, precisó que "basta
con saber un poco de historia para sugerir que tanto la aplicación de estos
valores como, más obviamente, los pesos relativos que se les atribuyen han
variado marcadamente con el tiempo y también con el campo de aplicación" (359).
De este artículo de
Kuhn me he ocupado anteriormente (Echeverría 2002 1). En la presente
contribución voy a señalar dos puntos que no comenté allí, y que son
importantes para la filosofía de las prácticas científicas.
En
primer lugar,
Kuhn reflexionó sobre cómo denominar a esos criterios de elección de teorías y
consideró tres opciones: máximas, normas o valores (354). Optó decididamente
por la tercera. Según él, las máximas no valen para tomar decisiones cuando hay
conflictos y errores, cosa que sucede con frecuencia en la práctica científica.
En cuanto a las reglas y las normas, determinan el modo de actuar, al ser
prescriptivas, cosa que no ocurre con los valores: "los criterios de
elección con los cuales comencé funcionan no como reglas que determinen
decisiones a tomar, sino como valores, que influyen en éstas" (355). Kuhn
no admitió la existencia de reglas ni algoritmos deterministas a la hora de elegir
entre dos teorías y criticó a los filósofos de la ciencia que optaron por un
normativismo general en la toma de decisiones. Los cinco o seis valores que
Kuhn mencionó pueden ser compartidos por científicos sin perjuicio de que haya
desavenencias epistemológicas o metodológicas entre ellos: "valores como
la precisión, la coherencia y la amplitud pueden resultar ambiguos al
aplicarlos, tanto individual como colectivamente" (355). Para Kuhn, esa
ambigüedad o indeterminación axiológica es una ventaja, no un inconveniente.
Por decirlo en mis propios términos, la axiología de Kuhn no pretende maximizar
ninguna función de elección racional entre teorías, sino que admite que acepta
una racionalidad axiológica acotada y sopesada, cuyos pesos relativos varían
según las disciplinas, las épocas y los propios científicos. Precisamente por
ello la axiología tiene una dimensión histórica. En suma: el giro historicista
de Kuhn no solo afectó al conocimiento y la metodología de la ciencia, también
a sus valores.
Kuhn extrajo estas
ideas de sus estudios previos sobre historia de la ciencia, donde los valores
operan como criterios que orientan las decisiones que toman los científicos,
pero sin determinarlas. En cambio, muchos filósofos
"epistemologistas" y "teoreticistas" suelen hablar de los
valores como entidades ideales, conforme a la tradición idealista y kantiana.
Aplican sus ideas previas sobre lo que debería ser racional, según ellos, sin
atender a la manera en que los científicos evalúan las teorías y toman
decisiones, cosa que Kuhn sí hizo. Es la diferencia entre una epistemología
prescriptivista y una metodología normativista y una axiología que en parte es
normativizable, como luego argumentaré.
En
segundo lugar,
Kuhn atribuyó el valor "utilidad" a la ingeniería, más que a la
ciencia. Sin embargo, los cinco valores previos también los aplican los
ingenieros, no solo los científicos. De esta manera tendía puentes entre
ciencia e ingeniería, lo cual es importante a la hora de hablar de la
tecnociencia contemporánea. Incluso adjudicaba valores epistémicos a la propia
filosofía: "quítese de la lista la precisión y el ajuste a la naturaleza,
y la actividad que resulte tal vez no se asemeje a la ciencia, pero sí a la
filosofía" (355). Rizando el rizo, llegó a decir que su enfoque axiológico
valía también para las artes: "las diferentes disciplinas creativas se
caracterizan, entre otras cosas, por conjuntos diferentes de valores
compartidos". Esta última afirmación es muy importante en el caso de las
matemáticas, las cuales tienen un componente artístico (una demostración bella
y elegante es preferida a una que no lo sea), además de sus indudables
dimensiones científicas y técnicas. Las matemáticas generan conocimiento
matemático, pero también aplicaciones, soluciones y valor estético (valga el
fractal de Mandelbrot como ejemplo concreto).
La propuesta de Kuhn
no responde al imperativo demarcacionista propio del empirismo lógico, sino que
tiende puentes entre los diferentes saberes, aunque también señala diferencias,
en concreto axiológicas. Su pretensión no consistió en elaborar una teoría
unificada de la ciencia. Como buen historiador, Kuhn se atuvo a lo que la
ciencia ha sido y es, dejando para otros los normativistas lo que, según ellos,
la ciencia debería ser. Ello no le impidió reconocer la existencia de valores
en la práctica científica ni recalcar su gran influencia en los procesos de
tomas de decisiones, e incluso en el cambio científico. Tampoco negó la
vinculación entre los valores, las normas y las máximas. Pero prefirió
referirse a la dimensión axiológica de la ciencia por que esta le pareció más
flexible y más capaz de abordar conflictos y divergencias epistemológicas y
metodológicas. Al dar ese paso estaba preludiando lo que J. Francisco Álvarez y
yo mismo denominamos racionalidad
axiológica acotada (Álvarez & Echeverría).
Si dejamos de lado las
múltiples derivaciones que tienen estas propuestas axiológicas de Kuhn, queda
claro que la ciencia tiene sus propios
valores: concretamente los cinco o seis antes mencionados, aunque Kuhn
recalcó que se trataba de una lista abierta, a la que podrían añadirse
criterios axiológicos adicionales. Asimismo afirmó que los valores y, sobre
todo, su aplicación, cambian a lo largo de la historia, así como con las
disciplinas y saberes. Abría así la puerta a la historia de la axiología de la ciencia cuya exploración estoy
proponiendo en esta contribución.
Un segundo autor clave a la hora de refutar el dogma
neopositivista de la ciencia value free
(Proctor 1991) fue Hilary Putnam. En su libro Razón, verdad e historia (1981) dio un paso decisivo para derribar
el dogma de la neutralidad axiológica de la ciencia. No solo negó la dicotomía
positivista entre hechos y valores, sino que afirmó tajantemente que sin
valores no hay hechos científicos, y ni siquiera cósmos: "conforme afirmé en Reason, Truth and History, sin los valores cognitivos de coherencia,
simplicidad y eficacia instrumental no tenemos ni mundo ni hechos”[2].
Ello se debe a que los valores “guían nuestras acciones” (Putnam 1982 7). Al decir
esto daba otro paso hacia la introducción de una nueva modalidad de
racionalidad, la axiológica, que posteriormente ha sido desarrollada por Evandro
Aggazi (1996), Nicholas Rescher (1999), León Olivé (2000) y otros autores. En
el presente artículo no voy a ocuparme de esta cuestión, sobre la cual José
Francisco Álvarez y yo hemos reflexionado desde 2001 (ver Álvarez & Echeverría 2008, en particular). Nuestra
propuesta afirma la racionalidad
axiológica acotada y la contrapone a la racionalidad instrumental de Weber
y de los teóricos de la decisión racional. La presente contribución se ubica en
esa línea de trabajo. Además de mostrar las limitaciones del normativismo y el epistemologismo en filosofía de la ciencia, propone una axiología
naturalizada de la ciencia.
Putnam dio otro paso importante a la hora de criticar
la oposición hechos/valores, siguiendo en este caso a Dewey[3].
Afirmó la objetividad de los valores
epistémicos, que son los propios de la ciencia, y también la objetividad de algunos valores éticos[4].
Al proceder así introdujo una mediación relevante en el debate sobre el
subjetivismo y el objetivismo axiológico, que está a la base de las discusiones
sobre el relativismo. Dicho debate, por cierto, fue clave en la filosofía de
los valores de principios del siglo xx,
hoy en día casi olvidada.
Kuhn también se pronunció al respecto y reconoció que
hay criterios objetivos de valoración, pero también subjetivos. Por mi parte, pienso
que hay valores subjetivos, intersubjetivos y objetivos, y que dichos valores
se componen entre sí, dando lugar a sistemas de valores, los cuales no son ni
exclusivamente objetivos ni exclusivamente subjetivos, sino mixtos, así como
más o menos compartidos. A mi modo de ver, un ejemplo relevante de valor
objetivo lo proporcionan los valores
naturales, por ejemplo la supervivencia, el crecimiento y la
reproductibilidad biológica (fertilidad, podríamos decir, pensando en el mundo
vegetal). Según Darwin y sus seguidores, estos principios guían las acciones y
procesos biológicos de las especies naturales: a veces incluso las determinan,
a diferencia de los seres humanos, donde los valores funcionan como
principios-guía. Parafraseando a Putnam, diré que no hay mundo evolucionista y darwiniano sin valores naturales (o
valores biológicos -biovalores-, si se prefiere). Por cierto: entre los
filósofos de los valores de principios del siglo xx, en este punto destaca Ortega, puesto que afirmó la
existencia de valores biológicos,
reinterpretando al biólogo von Uexküll, y también a Nietzsche y sus valores
vitales (Ortega y Gasset 1923).
En el caso de los valores epistémicos, Putnam afirmó
que cambian históricamente, idea que ya había sido sugerida por Kuhn en La Tensión Esencial. Abrió así una vía
de investigación importante, que pocos autores han seguido. Putnam aportó otro
argumento a favor de la axiología de la ciencia: "los propios enunciados
fácticos y los procedimientos de investigación empírica con los que contamos
para decidir si algo es o no un hecho presuponen valores"[5].
Según él, "la verdad no es la cuestión
de fondo: la verdad misma obtiene su vida a partir de nuestros criterios de
aceptabilidad racional, y debemos examinar éstos si deseamos descubrir los
valores que están efectivamente implícitos en la ciencia" (134). En suma, para Putnam los valores son condición de posibilidad de los hechos
científicos, aunque también inciden en los métodos científicos y en la
posibilidad de que los científicos acepten o no una propuesta. A partir de
estas propuestas de Putnam, la axiología de la ciencia se convirtió en una
tarea a desarrollar, indispensable para elucidar filosóficamente nociones como
‘acción’ y ‘hecho’. Años después, Putnam publicó su conocido libro sobre el colapso de
la dicotomía hecho/valor (2004). A partir de esa fecha, el debate filosófico
sobre la neutralidad de la ciencia puede darse por zanjado.
Sin embargo, una cosa
ha sido aceptar que las prácticas científicas están guiadas por valores, sean
estos normativos o no, y otra muy distinta desarrollar una axiología de la
ciencia. A mi modo de ver, el normativismo y el teleologismo a los que acabo de
aludir han dificultado el desarrollo de la axiología de la ciencia, puesto que han
identificado los valores con normas y metas, restringiendo excesivamente el mundo
de los valores. Por eso me parece conveniente retomar en parte la filosofía de
los valores de principios del siglo pasado y proyectarla a la actual filosofía
de las prácticas científicas, aunque en el presente artículo no vaya a entrar
en esta cuestión. Varios filósofos de los valores de finales del siglo xix y principios del siglo xx (Lotze, Scheler, Ortega, Hartmann,
etc.) mostraron que el mundo de los valores es mucho más amplio que el de las
normas y el de los fines, entendido este último en un sentido kantiano. La
filosofía de los valores de aquella época surgió para superar al neokantismo y,
más concretamente, para poner en cuestión la reducción kantiana de la razón
práctica al deber ser. Los filósofos de la ciencia de finales del siglo xxi, sin embargo, han ignorado por
completo aquellas aportaciones. Al hablar de las prácticas científicas y de sus
valores han asumido tácitamente planteamientos kantianos. Pues bien, estos
presupuestos kantianos son criticables desde una axiología naturalizada. El
mundo de los valores es mucho más amplio que el reino kantiano de los fines.
Resumiendo la situación, diré que las aportaciones de Kuhn y Putnam abrieron a principios de los años 80 del siglo xx una vía abierta y prometedora hacia una axiología de la ciencia. En ese contexto, Larry Laudan publicó en 1984 un libro titulado Science and Values, donde propuso su modelo reticular en filosofía de la ciencia, que distingue entre epistemología, metodología y axiología. Pareció que Laudan iba a sentar las bases para estudiar a fondo esa dimensión axiológica de las teorías y de las prácticas científicas. Pero no fue así, como mostraré en el apartado siguiente. Sus propuestas axiológicas tuvieron dos limitaciones importantes: 1) por una parte se ocupó exclusivamente en los valores epistémicos y cognitivos (epistemologismo axiológico); 2) por la otra identificó los valores de la ciencia con sus objetivos y normas, asumiendo el teleologismo y el normativismo a los que he hecho alusión anteriormente. En suma: para promover la axiología de la ciencia no basta con criticar el mito de la neutralidad axiológica de la ciencia ni la distinción entre el contexto del descubrimiento de justificación y el de descubrimiento. A la hora de desarrollar una filosofía de las prácticas científicas que tenga en cuenta los valores de la ciencia hay que criticar asimismo el teleologismo y el normativismo en axiología.
En
tercer lugar, propongo que la axiología de la ciencia ha de hacerse desde una
perspectiva histórica, paso éste que Laudan no dio, pese a su interés por las
relaciones entre historia y filosofía de la ciencia[6].
4. La creencia en el valor de la ciencia
Antes
de entrar en la cuestión de los valores de la ciencia, y concretamente en los
valores no normativos, conviene recordar una creencia ampliamente generalizada:
la ciencia es valiosa por sí misma.
Distinguiré
entre el valor de la ciencia y los valores de las ciencias. Estos
últimos, sean normativos o no, son relevantes en las diversas actividades y
prácticas científicas, y varían según las disciplinas y las épocas históricas.
La expresión en singular, el valor de la
ciencia, resume una creencia profundamente acendrada entre los científicos,
y aceptada asimismo por muchos filósofos e historiadores de la ciencia: el conocimiento científico es valioso.
Es importante subrayar que esta frase no expresa una idea, sino ante todo una
creencia, por decirlo en términos de Ortega y Gasset (1983). En cambio, un científico
no tiene que creer en los valores que aplica al llevar a cabo una
investigación: basta con que los respete y aplique. La creencia en el valor de
la ciencia es algo anterior: opera más
allá de las normas.
Esta
creencia es un presupuesto ampliamente aceptado. En
su Autobiografía Intelectual (1966),
el propio Rudolf Carnap afirmó que "el método científico es el mejor modo
de adquirir conocimiento y por lo tanto la ciencia debe considerarse como uno
de los instrumentos más valiosos para mejorar la vida" (Carnap 114). Como
ha comentado José Miguel Esteban, en este pasaje Carnap muestra que, aunque
difirió mucho de Dewey en lo que respecta a la dicotomía hecho/valor, asumió
planteamientos melioristas en relación con la ciencia. Por su parte, Dewey fue
uno de los pioneros a la hora de criticar esa dicotomía y, pasada la Segunda
Guerra Mundial, no se privó de afirmar que "el principal problema de la
filosofía en el presente es la relación entre los hechos y los valores"
(LW xiv 323, citado en Esteban
309).
Sin embargo, esta idea de
Dewey tuvo escaso seguimiento entre los filósofos de la ciencia que organizaron
la disciplina en los eeuu de
América a partir de la segunda Guerra Mundial. Las tradiciones analítica,
neopositivista y falsacionista predominaron, y aunque Merton también subrayó la
dimensión axiológica de la ciencia, su definición de ciencia[7].
Su definición, que preludia el modelo reticular de Laudan, no permeó entre los
filósofos, que en los años 50 y 60 no eran nada proclives a aceptar la
dimensión axiológica de la ciencia. Hubo que esperar a Kuhn y a Putnam para que
esa tendencia se invirtiera, como hemos visto. Hoy en día, gracias a la
filosofía de las prácticas científicas, la cuestión de los valores forma parte
de la agenda filosófica contemporánea. Lo que resulta muy poco frecuente es la
investigación histórica del mundo de los valores de la ciencia. Hay una
amplísima literatura sobre los cambios de teoría, pero muy poca sobre los
cambios de valores en la práctica científica. El enfoque axiológico en historia
de la ciencia tiene mucho trabajo por delante.
Vayamos
ahora a los valores de la ciencia. Muchos científicos aceptan la existencia de
valores epistémicos en sus prácticas. Asimismo es cierto que dichos valores
pueden ser ampliamente compartidos, como señaló Kuhn en La Tensión Esencial. En el caso de las instituciones científicas,
esos valores suelen quedar explícitamente declarados. En este caso, de dichos
valores surgen normas, e incluso máximas. En el apartado siguiente comentaremos
un ejemplo de ello.
Lo
importante es que, al investigar esta dimensión axiológica, los filósofos y los
historiadores de la ciencia han de ser capaces de detectarlos empíricamente en
las prácticas científicas y, a continuación, analizarlos. Para quienes
investigan cómo son las prácticas científicas, y qué valores intervienen en
ellas, los valores que aplican los científicos son una cuestión de hecho.
5. El descubrimiento del Cálculo Diferencial e
Integral como ejemplo
Para ilustrar estas
ideas propondré un ejemplo concreto: la controversia entre Leibniz y los
newtonianos sobre el Cálculo Infinitesimal[8].
Para dirimirla, la Comisión nombrada por la Royal
Society estableció explícitamente un principio netamente axiológico: el
primer descubridor tiene la prioridad. Dicho principio pasó luego a ser
normativo para la propia Royal Society,
así como para las instituciones vinculadas a ella. Conforme a ese criterio, el primer
descubridor del Cálculo fue Newton y a él había que asignarle todo el mérito,
atribuyéndole un lugar relevante en la Historia de las Matemáticas. Obsérvese
que ninguno de los matemáticos de aquella época puso en duda el valor del Cálculo. Tanto los matemáticos
ingleses como los continentales aceptaron unánimemente la gran valía de dicho descubrimiento. Al ser valioso matemáticamente,
y también para otras ciencias, los historiadores debían resaltar este hecho,
que no hay que olvidarlo, conlleva una valoración positiva de un instrumento de análisis matemático, de
cuya aplicación surgieron varias teorías y otros muchos resultados prácticos
(hipótesis, demostraciones, aplicaciones a problemas físicos o arquitectónicos,
etc.). Algunos descubrimientos matemáticos han sido históricamente muy
valiosos. Por eso sus autores han sido destacados en la historia como grandes
científicos y valorados como tales, no solo porque han generado nuevos
conocimientos. Los hechos históricos también están cargados de valores, como
cabe afirmar, parafraseando a Putnam.
Pues bien,
independientemente de lo que los historiadores o los filósofos piensen sobre el
criterio de prioridad en los descubrimientos, han de constatar como cuestión de
hecho que, efectivamente, la Royal
Society estableció formalmente un criterio así en 1712. Luego lo convirtió
en norma y sus dictámenes ulteriores se atuvieron al mismo. La prioridad del
primer descubridor pasó a ser un estándar
axiológico y normativo para dicha institución. Una vez establecido y documentado
este acontecimiento en la historia de la Royal
Society, una historia de la ciencia hecha desde un enfoque axiológico
podría investigar si las prácticas ulteriores de dicha Sociedad, o las de sus
miembros, se atuvieron o no a dicho principio normativo en las acciones
evaluadoras que llevaron a cabo en las décadas ulteriores. Otro tanto cabría
investigar en relación a la precisión, rigor y coherencia con la que aplicaron
ese criterio. Asimismo cabría indagar si ese criterio se expandió o no a otras
instituciones científicas europeas o internacionales, y cómo lo hizo. Al
proceder así se estaría investigando la mayor o menor amplitud o generalidad
del valor "prioridad en el descubrimiento", que en principio aporta
un criterio estrictamente pragmático. Una historia de la ciencia así versaría
sobre los valores que rigen efectivamente las actividades científicas, y
concretamente las actividades evaluadoras. Dejando de lado la mayor o menor
jerarquía "moral" de un criterio así, la investigación sería
estrictamente empírica, puesto que se analizaría el paso que dio la Royal Society como un hecho histórico. No
en vano fue una decisión que la propia Sociedad adoptó en una de sus reuniones
formales, y luego convirtió en norma. Dicha norma se utilizó para resolver la
controversia en favor de Newton y en contra de Leibniz. Pero una cosa es la
prioridad temporal de un descubrimiento y otra la norma aprobada por una
institución. Los hechos y las normas están vinculados entre sí en la historia
de las prácticas científicas.
A partir de aquel acuerdo
(Commercium Epistolicum 1712)[9],
el criterio de la prioridad del primer descubridor pasó a formar parte del acervo
epistémico-normativo, gracias a que fue adoptado por la Royal Society como valor institucional. Tanto los historiadores de
la ciencia como los filósofos de la ciencia podrían a continuación analizar
cómo surgió ese criterio, si fue debatido o no, e incluso las razones por las
cuales se estableció[10].
Para ello tendrían que investigar una serie de fuentes primarias, por ejemplo
las actas de la propia Sociedad, o las de la Comisión nombrada al efecto.
Eventualmente, ese criterio pudo haber estado contrapuesto a otros, en cuyo
caso la Comisión de la Royal Society
lo habría elegido tras contrastarlo con otros posibles criterios de valoración.
Una cosa es el proceso previo a la toma de decisiones y otra muy distinta la
aplicación de un criterio normativo, una vez tomada una decisión. En ambos
casos estaríamos ante cuestiones de hecho,
ante acciones valorativas institucionales, sin perjuicio de que de una decisión
fáctica se sigan luego normas beneficiosas para unos y perjudiciales para otros.
Por eso hablamos de una axiología
empírica de la ciencia, que no descarta la existencia de normas en la
práctica científica, pero olvidar su condición fáctica de hecho histórico, porque así consta en el Dictamen de la Comisión, que fue publicado en 1712 por la Royal
Society[11].
En la fase previa pudo
haberse producido un debate axiológico propiamente dicho, en base al cual unos
propugnaron unos criterios de valoración, mientras que otros miembros de la
Comisión se decantaron por otros. Desde luego, el propio Leibniz se quejó
amargamente de que, siendo él miembro correspondiente de dicha Sociedad desde
1673, la Comisión no se hubiera dirigido a él antes de tomar su decisión[12].
La primera profesión de Leibniz fue la de juez, razón por la cual tenía muy
claros algunos valores jurídicos que rigen los procesos de toma de decisiones:
por ejemplo el derecho a la defensa, o cuando menos el trámite de audiencia al
inculpado. Los historiadores de la ciencia que han investigado esta cuestión,
por ejemplo Hall (1980), han dejado claro que otro hecho institucional fue
decisivo: Newton era el Presidente de la Royal
Society. El debate afectaba al propio Presidente de la institución y a un
miembro correspondiente, que además era extranjero. Cualquier historiador,
analizando este episodio, podría fácilmente emitir la hipótesis de que, a la
hora de optar por el criterio de la prioridad para el primer descubridor, intervinieron
otros factores, por ejemplo la jerarquía institucional en la Royal Society[13].
De ser así, al valor explicitado, la prioridad en el descubrimiento, le
subyacieron otros valores ocultos.
Aquí no me interesa lo
que efectivamente ocurrió en este caso de estudio, en lo que respecta al
conocimiento y los métodos[14].
Solo estoy poniendo un ejemplo que permita distinguir entre los valores normativos y las valoraciones y posibles
debates previos al establecimiento de una norma, los cuales caracterizan los
procesos de toma de decisiones (primera fase). Ambas fases aportan material de estudio
a la axiología de la ciencia, pero es importante distinguirlas, porque no se
limitan al enfoque normativista, que reduce los valores de la ciencia a normas
metodológicas o institucionales.
En todo caso, una
axiología empírica de la ciencia ha de considerar los actos valorativos como cuestiones de hecho que aparecen en los
procesos de evaluación que una y otra vez llevan a cabo los científicos. Una
axiología naturalizada considera los juicios de valor que hacen los científicos
como hechos, e investiga cómo han llegado a suceder. Que luego esos juicios se
conviertan en normas o no, es una cuestión ulterior, que también hay que
investigar, pero sin identificar a
fortiori los valores con normas. Valga otro argumento: los científicos
también tienen creencias, por ejemplo la de que la ciencia es valiosa per se, las cuales no surgen de normas
ni de prescripciones. El mundo de los valores es muy amplio: se ocupa de las
normas, pero también de las creencias, de los juicios de valor, de las
preferencias y, en algunos casos, de los procesos de tomas de decisión
(racionalidad axiológica acotada). Todos estos ámbitos de estudio, como mínimo,
conforman el contexto de evaluación científica, el cual ha de ser estudiado
empíricamente. La historia de la ciencia no versa únicamente sobre las teorías,
las hipótesis, las observaciones, los descubrimientos, los experimentos, los instrumentos
o las publicaciones. También debería ocuparse de los diversos criterios de
valoración que utilizan los científicos en el contexto de evaluación, incluidos
los casos en que dichos criterios devienen normas institucionales. Asimismo
puede ocuparse de las creencias de los científicos, algunas de las cuales no
suelen ser explícitas, precisamente por ser creencias. Particular importancia
tienen las creencias y valores ocultos, es decir, aquellos que no se expresan
como reglas ni como normas, y ni siquiera como criterios explícitos de
valoración, pero que sin embargo influyen (a veces mucho) en los procesos de toma
de decisiones. La axiología se conecta con la sociología de la ciencia, puesto
que aborda la cuestión de los intereses, incluidos los conflictos de intereses.
El contexto de evaluación
aporta un campo de estudio muy interesante a las diversas disciplinas que se
ocupan de la praxiología de la ciencia,
una de las cuales es la filosofía y la axiología de la ciencia, pero no la
única. Los valores políticos, sociales y económicos pueden tener incidencia en
algunas prácticas científicas, y en particular en determinadas tomas de
decisiones, por ejemplo en los grandes asuntos de política científica. El
contexto de evaluación no solo incide en los contextos de investigación,
educación y aplicación. También en el contexto de financiación, aunque esta es
una cuestión que no voy a abordar aquí, me limito a proponerla para estudios
ulteriores. En todo caso, dejo claro que la filosofía de la ciencia, tal y como
la concibo, no se reduce a la epistemología y a la metodología. Si le añadimos
la axiología y estudiamos los valores que guían las diversas prácticas
científicas, la filosofía de la ciencia se vincula a la historia de la ciencia,
pero también a la sociología y a la economía de las ciencias. Obviamente
también a la filosofía política de la ciencia, como quedó claro en el volumen
colectivo que publicaron en 2013 Carlos López Beltrán y Ambrosio Velasco, en el
que tuve el gusto de participar, conjuntamente con muchos de los colegas
iberoamericanos que nos ocupamos de la filosofía de las prácticas científicas.
A mi juicio, esta va más allá de la epistemología y la metodología,
precisamente porque se integra en la praxiología de la ciencia.
5. La axiología de la ciencia de Larry Laudan
Al proponer su modelo reticular en 1984, Larry Laudan pareció abrir una vía para el desarrollo sistemático de la axiología de la ciencia, puesto que la equiparó a la epistemología y la metodología: “la axiología, la metodología y las afirmaciones empíricas están inevitablemente entrelazadas mediante relaciones de dependencia mutua” (Laudan 1984 63).
Sin embargo, esas
expectativas no se vieron realizadas. A mi modo de ver, ello se debió a que
Laudan fue un defensor a ultranza del epistemologismo en filosofía de la
ciencia, así como de sus creencias concomitantes. Considero a Laudan como uno
de los autores más representativos del normativismo y del teleologismo en
filosofía de la ciencia y pienso que su identificación de los valores con fines
y normas le impidió desarrollar una axiología empírica de la ciencia. Veamos
por qué.
En su libro Science and Values (1984) retomó las
preguntas de Kuhn sobre las "buenas teorías" e intentó mejorar las
respuestas que Kuhn había aportado sobre los criterios que los científicos
usaban para para preferir unas teorías u otras: "este libro intenta
proporcionar mejores respuestas a algunas de las cuestiones que el propio Kuhn
planteó" (Laudan 1984 xiii)[15].
Laudan propuso una teoría de la racionalidad científica para criticar el
relativismo científico que, según él, caracterizaba a la obra de Kuhn. Para
combatir ese relativismo apeló a las metas de la ciencia, sobre los cuales los
científicos pueden llegar a un consenso racional. Curiosamente, al caracterizar
a los relativistas no solo incluyó a Kuhn, sino también a Reichenbach y a
Popper. Lo hizo porque, según su interpretación de ambos autores, no aceptan
que haya "fundamento objetivo o racional para elegir entre valores
cognitivos rivales y sus correspondientes metodologías" (49).
En
este libro de 1984 Laudan caracterizó al
relativismo en términos "axiológicos", que en realidad fueron
teleológicos, puesto que identificó los valores con los objetivos y metas de la
ciencia. Lo hizo en los términos siguientes:
En
suma, el relativismo radical sobre la ciencia parece ser un corolario inevitable
de aceptar a) que diferentes científicos tienen metas diferentes, b) que no hay
deliberación racional posible sobre la conveniencia de metas diferentes, y c)
que las metas, los métodos y las afirmaciones empíricas se presentan en forma
de racimos covariantes (1984 50).
Obsérvese que Kuhn
había hablado de valores, no de metas ni de normas. Para criticar a Kuhn,
Laudan apeló a su teoría de la racionalidad científica, que ya había presentado
previamente en su libro El progreso y sus
problemas, obra netamente epistemologista y teleologista, por utilizar las
caracterizaciones que he propuesto al principio de este artículo[16].
Contrariamente al presunto relativismo de Kuhn, que, en el caso de los valores
no existe, como mostré anteriormente, Laudan afirmó que es posible una elección
racional entre valores y metas internamente coherentes y mutuamente
excluyentes. Sin embargo, se refería exclusivamente a los valores epistémicos,
como dejó claro desde las primeras páginas de su libro: "este es un libro
sobre el papel de los valores cognitivos en la formación de la racionalidad
científica"
(Laudan 1984 xii). Entre los
valores epistémicos más significativos aludió a "la verdad, la coherencia,
la simplicidad y la fecundidad predictiva" (35), siendo significativo que
tres de estos valores hubiesen sido considerados explícitamente por Kuhn en su artículo
sobre la elección de teorías (coherencia, simplicidad y fecundidad), pero el
primero no (la verdad). Laudan también dejó claro desde el principio que su
axiología no iba a referirse a otros tipos de valores, únicamente a los
epistémicos:
No
tengo nada que decir sobre los valores éticos como tales, porque manifiestamente
no son los predominantes en la empresa científica. No es que la ética no desempeñe ningún papel en la ciencia;
al contrario, los valores éticos siempre
están presentes en la toma de decisiones científicas y, ocasionalmente, su influencia es de gran importancia. Pero esa
importancia deviene no significativa si se compara con la ubicuidad de los
valores cognitivos. Una de las funciones de este libro consiste en enmendar el
desequilibrio que ha llevado a tantos escritores sobre ciencia a estar
preocupados por la moralidad científica, más que por la racionalidad
científica, que constituye mi foco central (1984 xii).
La axiología de Laudan depende ante todo de su concepción de la racionalidad científica, que es estrictamente teleológica y "epistemologista". En tanto filósofo de la ciencia, a Laudan le interesa exclusivamente el conocimiento científico que las ciencias generan. Su concepción de la racionalidad se centró en los problemas científicos y su resolución, pero dejando completamente aparte la aplicación de la ciencia a la resolución de problemas no epistémicos. Al proceder así, en el fondo estaba limitando la filosofía al estudio del contexto de justificación epistémica
. No se trataba de justificar las teorías, sino de investigar los problemas epistémicos resueltos por la investigación científica. Así lo había afirmado previamente en su libro El progreso y sus problemas, donde había presentado su teoría de la racionalidad científica: "el objetivo de la ciencia consiste en obtener teorías con una elevada efectividad en la resolución de problemas" (Laudan 1977, prólogo a la edición española, 1986 11); "la ciencia es, en esencia, una actividad de resolución de problemas" (39)"; "el modo principal de ser científicamente razonable o racional es hacer todo lo que podamos para aumentar al máximo el progreso de las tradiciones de investigación científicas" (164).
El
progreso científico consiste en resolver problemas epistémicos. La filosofía de
la ciencia ha de centrarse en las cuestiones netamente epistémicas, dejando de
lado otros asuntos, que ciertamente existen, pero que no conciernen a la
epistemología:
lo
que sigue atiende solo a la evaluación
cognoscitivamente racional de los problemas científicos. Hay muchos casos
en que, sobre bases no racionales o irracionales, un problema llega a tener
gran importancia para una comunidad de científicos. Así, determinados problemas
pueden asistir ir una relativa importancia porque la agencia estatal para la
investigación científica paga a los científicos para que trabajen en ellos, o,
como en el caso de la investigación del cáncer, porque hay elecciones morales,
sociales y financieras que pueden "elevar" tales problemas a un lugar
quizá más alto del que merecen desde un punto de vista cognoscitivo. No es mi
propósito adentrarme en las dimensiones no racionales de la evaluación de
problemas (63).
Obsérvese que, para Laudan, la racionalidad es
exclusivamente epistémica, hasta el punto de afirmar que los problemas de
financiación de la ciencia o las prioridades en política científica son
cuestiones "no racionales". Por ello lo considero un representante
conspicuo del epistemologismo más radical, que identifica racionalidad y
conocimiento científico. La racionalidad axiológica acotada, en cambio, sí que
aborda los problemas de financiación de la ciencia, o las políticas
científicas, para cuya gestión y decisiones también se requiere conocimiento, y
mucho. Ocurre que Laudan no se ocupa para nada del conocimiento social y
económico, ni tampoco del conocimiento matemático, porque en el fondo siguió
inmerso en la problemática de las teorías y la evidencia empírica, típica del
empirismo lógico. Precisamente por ello no le considero una guía fiable para
elaborar una filosofía de las prácticas científicas.
Ocurre además que Laudan fue un acendrado defensor del
normativismo:
Lo
importante de una regla metodológica es ofrecer una norma para la conducta científica",
"estas normas, a las que un científico se atiende en su evaluación de
teorías, han sido quizá la fuente más importante de la mayor parte de las
controversias en la historia de la ciencia, y del surgimiento de muchos de los
problemas conceptuales más graves con los que los científicos se las han tenido
que ver (91).
El objetivo de la ciencia, según él, es resolver
problemas epistémicos. La conducta de los científicos es racional si lo
intentan y lo logran, generando avances en el conocimiento. Para ello, han de
atenerse estrictamente a la metodología de la ciencia, que es la fuente
principal de las reglas y las normas en las prácticas científicas. En suma: a
Laudan solo le interesan las prácticas epistémicas y cognitivas, porque solo
valora el conocimiento generado, el que resuelve problemas epistémicos. Todo
ello es correcto, pero insuficiente. Bien está que Laudan investigue el
progreso epistémico y las normas que guían la conducta de los científicos.
Ocurre, sin embargo, que la ciencia moderna es mucho más que episteme. Y no digamos la tecnociencia
contemporánea. En este último caso lo importante no es el conocimiento, sino la
innovación y la rentabilidad económica de las actividades tecnocientíficas,
aunque sea a largo plazo (Echeverría 2003a). La teoría de Laudan sobre la
racionalidad vale para una parte muy pequeña de las actividades científicas y
resulta inválida para la tecnociencia. Otro tanto ocurre con su normativismo.
Último punto: Laudan se atrevió a proponer una regla
para "medir el grado de racionalidad" de las teorías científicas. Se
oponía así a Kuhn, quien ya había negado que existieran ese tipo de algoritmos:
Podríamos
definir una medida evaluatoria para
una teoría del modo siguiente: la efectividad global de una teoría en la
resolución de problemas se determina evaluando el número y la importancia de
los problemas empíricos que la teoría resuelve, y restando el número y la
importancia de las anomalías y problemas conceptuales que la teoría genera
(102).
La ingenuidad de una propuesta así resulta
sorprendente: contando el número de problemas empíricos resueltos y restando el
número de las anomalías y problemas no resueltos tendríamos una regla
"racional" para preferir una teoría a otra. El criterio axiológico de
Kuhn para elegir teorías ha desaparecido por completo y lo que se propone es
una especie de "atomismo cognitivo", cuya unidad son los problemas
resueltos y no resueltos. Es claro que esta teoría de la racionalidad no es
aplicable a las ciencias sociales: en política científica, adoptar una decisión
u otra ciertamente es un problema, y requiere conocimientos para hacerlo, pero el
progreso se mide conforme a otros criterios de valoración, no en función de los
valores cognitivos. Mucho más importante es la objeción que proviene de las
matemáticas. Polya y sus seguidores hicieron importantes propuestas en
filosofía de las matemáticas, centrándose precisamente en el criterio de la
resolución de problemas (problem solving).
Sorprendentemente, Laudan no alude a dichas propuestas. Parece claro que solo
le interesan las ciencias físico-naturales, no las ciencias matemáticas. En
este caso, podríamos mostrar fácilmente que problemas no resueltos han generado
mucho progreso en matemáticas. Así ocurrió con los tres grandes problemas
matemáticos griegos (cuadratura del círculo, duplicación del cubo y trisección
del ángulo), para cuyo abordaje los matemáticos griegos utilizaron diversas
vías. No así Euclides, quien escribió un tratado "laudaniano", los Elementos, donde los problemas ya están
resueltos, positiva o negativamente. Podíamos mencionar también las conjeturas
de Fermat, Goldbach y Riemann, y ante todo el programa de Hilbert, que marcó la
historia de las matemáticas del siglo xx.
A nivel teórico y metodológico estuvo basado en el formalismo, pero la praxis
matemática estuvo marcada por un listado de problemas a resolver. Laudan no se
interesó por la noción de problema
matemático, pese a que había mucho
trabajo filosófico y epistemológico al respecto, ni tampoco por la noción de progreso en matemáticas, que no depende
de las evidencias empíricas, sino de las demostraciones y la heurística. Su
filosofía de la ciencia se vio limitada por el demarcacionismo, que deja fuera
de la reflexión filosófica principal a las ciencias matemáticas y a las
ciencias sociales, porque se centra en las ciencias físico-naturales y en las
evidencias empíricas.
Todo ello repercutió negativamente
en su modelo reticular, que inicialmente pareció prometedor. En la medida en
que Laudan ha tenido no poca influencia entre los epistemólogos
latinoamericanos, y en particular en México, es importante analizar los presupuestos
de su pensamiento, como he intentado hacer brevemente en este apartado. Algunos
de esos presupuestos (epistemologismo, normativismo) se han transferido en
parte a la filosofía de las prácticas científicas, dificultando el desarrollo
de una praxiología naturalizada que
se ocupe en serio del contexto de evaluación de la ciencia (y de la
tecnociencia). Sobre las tecnociencias no voy a decir nada en la presente
contribución; pero pienso que la epistemología y la metodología no bastan para
abordarlas seriamente. Concluiré diciendo que la filosofía de las prácticas científicas
debe considerar estas dos propuestas: promover
una axiología de la ciencia empírica y naturalizada, e inscribirla en una
praxiología interdisciplinaria. La misión de los filósofos de la ciencia no
consiste en decir cómo debe ser la ciencia, sino cómo son las prácticas
científicas, consideradas desde una perspectiva filosófica.
6. Los valores de la filosofía de la ciencia: breves apuntes
Desde
Lakatos, incluso los hechos científicos pueden ser valorados, destacando unos y
quitando relevancia a otros. No en vano afirmó que un programa de investigación
es progresivo o regresivo según su heurística sea positiva o negativa (Lakatos
1978). Lo que quiero ahora subrayar es que esa relevancia axiológica de los hechos científicos se concreta en el
descubrimiento de hechos nuevos y
sorprendentes. Incluso su maestro Popper, uno de los principales defensores
de la neutralidad axiológica de la ciencia, no dudó en formular un lema con
fuertes connotaciones axiológicas: conjeturas
audaces, refutaciones severas. Si uno lee a los epistemólogos más
relevantes del siglo xx desde una
perspectiva axiológica, se encuentra con un hecho
filosófico significativo: destacados pensadores afirman una y otra vez
criterios que permiten preferir una conjetura a otra (audacia), una refutación
a otra (severidad, precisión, etc.), una demostración a otra (rigor,
simplicidad, elegancia) un hecho a otro (novedad, sorpresa), un problema a
otro, y, cómo no, una teoría científica a otra (verificabilidad, falsabilidad,
contrastabilidad, verosimilitud, etc.). Casi todos estos criterios para la
valoración filosófica comportan valores epistémicos, no en vano la filosofía de
la ciencia ha sido y es, ante todo, epistemología.
Kuhn fue el primero
que comenzó a fijarse en los valores efectivos de la ciencia. Hasta entonces,
la filosofía de la ciencia había estado dominada por lo que podríamos denominar
valores metacientíficos, mediante los
cuales los epistemólogos valoraban la mayor o menor cientificidad de las
teorías. En lugar de preguntar sobre la
verdad, falsedad, verosimilitud, falsabilidad, contrastabilidad, etc., de las
teorías científicas, como era habitual entre epistemólogos y filósofos de la
ciencia, Kuhn suscitó una cuestión
empírica vinculada a la práctica científica: ¿cuáles son los criterios de
valoración que utilizan los científicos cuando prefieren unas teorías a otras?
Desde mi punto de vista, esta es una de las claves de
la filosofía de las prácticas científicas: la
empiricidad de la axiología de la ciencia. A lo largo de la historia los
científicos han propuesto muchísimas teorías. Buena parte de ellas han sido
rechazadas sin intentar comprobar siquiera la verdad o falsedad de sus
hipótesis o predicciones, debido a que no satisfacían criterios previos de valoración. Dicho de otra manera: trátese de
axiomas, teoremas, demostraciones, modelos[17],
hipótesis, observaciones, mediciones, experimentos o posibles leyes
científicas, dichas propuestas han de estar bien
planteadas y bien hechas. Solo
tras haber cumplido esos requisitos axiológicos previos comenzarán las
sociedades y comunidades científicas a dilucidar la mayor o menor verosimilitud
de unas y otras. Luego vendrá el debate sobre la mayor o menor adecuación
empírica, así como sobre la realidad (o construcción social) de las entidades
presupuestas por los científicos. Sin embargo, antes de valorar el conocimiento
siguiendo criterios epistémicos o cognitivos, una axiología empírica de la
ciencia descubre de inmediato que, como hemos visto en el caso de la controversia
sobre el Cálculo, en las prácticas
científicas operan valores diversos: no todos son epistémicos, ni tampoco
normativos, algunos sí. Pues bien, sugiero una hipótesis que no voy a tratar en
este artículo, pero que me parece importante: también las prácticas filosóficas
están guiadas por valores, hasta el punto de que varios de los términos que he
usado en este artículo para calificar a unos u otros filósofos son, en
realidad, términos valorativos: epistemologismo, normativismo, demarcacionismo,
etc.
Todo esto me ha llevado a proponer una axiología
naturalizada (Echeverría 2007a), lo cual es algo distinto a una epistemología
naturalizada al modo de Quine y sus seguidores. No dudo que, como sugirió Dewey
y José Miguel Esteban recuerda, lo normativo pueda ser naturalizado (Esteban &
Martínez 184 y ss). También acepto que la normatividad tiene su origen en las
prácticas y en las costumbres, de forma que la historia natural y la biología
evolutiva (más que la psicología, a mi modo de ver), pueden aportar mucho a la
investigación del origen de las normas. Pero la cuestión más profunda no es la
naturalización de las normas, ni tampoco la del conocimiento, sino la de los
valores. Al fin y al cabo, el éxito del conocimiento científico en la Era
Moderna y Contemporánea proviene del hecho de ser valioso, como antes comenté
brevemente. No basta con naturalizar la epistemología: el desafío principal es naturalizar la axiología de la ciencia.
Apoyándose en Dewey, Esteban afirmó en su artículo de
2008 que las prácticas son ante todo normativas (Esteban & Martínez 2008 Introducción 8). A partir de esa tesis,
típica del normativismo, intentó basar la filosofía de las prácticas científicas
en un naturalismo normativo[18].
Previamente había contrapuesto las filosofías normativas al enfoque
naturalizador (Esteban & Martínez 181) y, tras hacer un breve recorrido de
los precedentes del enfoque naturalizador (Neurath, Quine, Kuhn, Toulmin),
sostuvo que "el autor de inspiración pragmatista que se ha aproximado más
a una naturalización de lo normativo es Larry Laudan, sobre todo en su etapa de
Science and Values" (183). Mis
anteriores comentarios a Laudan tenían el objetivo de mostrar que, a mi juicio,
ese enfoque naturalizador de Laudan afecta a la epistemología, pero no a la
axiología. Su concepción de los valores proviene de postulados a priori, no de un estudio empírico ni
mucho menos naturalizador de lo que sean los valores de la ciencia. A mi juicio,
ese es el paso a dar en la filosofía de las prácticas científicas: naturalizar la axiología, y no solo la
epistemología. Muchos valores de la ciencia generan normas, por ejemplo
normas metodológicas. Cierto, pero no todos. Otros permiten comparar y evaluar
diferentes propuestas científicas, sean éstas teorías, demostraciones,
hipótesis, observaciones o experimentos. La dimensión axiológica de los
paradigmas kuhnianos no se reduce a una dimensión normativa, como el propio
Kuhn mostró al hablar de máximas, normas y valores.
Todavía más, la filosofía de la ciencia ha de
investigar empíricamente esas diversas acciones
evaluadoras, y a continuación profundizar en el estudio, también empírico,
de los procesos de evaluación, tal y
como estos se producen en la práctica científica. A partir de esos procesos de evaluación, en los
cuales suele haber contraposición y conflictos de valores, surgen a veces
normas institucionales, e incluso metodológicas. El ejemplo del debate sobre la
prioridad en el descubrimiento del cálculo ilustra cómo pueden surgir las
normas en la práctica científica, la cual es social e institucional, no solo cognitiva.
Por eso considero que los valores, más que las normas, están en el origen de
las prácticas científicas. Por otra parte, tampoco hay que confundir los
valores con las metas y objetivos de la ciencia, como continuamente hizo
Laudan. Por poner un ejemplo relevante: la fecundidad no es un objetivo de la
ciencia, sino un valor. Otro tanto cabe decir de la utilidad. El contexto de evaluación es mucho más
amplio y complejo que las normas que rigen algunas
prácticas científicas. La axiología de la ciencia ha de investigar el contexto
de evaluación, en toda su complejidad, en lugar de centrarse en las cuestiones exclusivamente
epistémicas y normativas. Identificar los valores
con el deber ser fue un error craso
de Kant, como muchos filósofos de los valores lo mostraron claramente en el
tránsito del siglo xix al xx[19].
En suma: los procesos de evaluación científica pasan
por diversas fases y en cada una de ellas se aplican unos u otros criterios de
valoración. La clave de la filosofía de las prácticas científicas consiste en
naturalizar la axiología de la ciencia, no solo la epistemología.
Los cinco valores mencionados por Kuhn son requisitos axiológicos exigibles a una buena teoría científica,
es decir, condiciones necesarias de una "buena teoría", pero no
suficientes. Esos criterios de valoración no son normas, porque no determinan
la conducta de los científicos, sino que se limitan a orientarla y guiarla. Expresan
diversos criterios de preferencia y elegibilidad, los cuales no son imperativos
ni determinan las decisiones. De ello se deriva una consecuencia importante: el
conocimiento, para ser considerado como científico, debe superar el filtro
previo de una serie de criterios de valoración, sin los cuales no llega a ser
aceptado como conocimiento científico. Si no lo logra, esa propuesta científica
queda descartada, porque no ha pasado la criba
axiológica típica del contexto de evaluación. No se trata de normas
metodológicas, ni mucho menos morales. Los valores a los que se refiere Kuhn
explican por qué los científicos prefieren unas teorías a otras, y todo ello
independientemente de la cuestión de su verdad o falsedad, que ni siquiera
menciona. Conclusión: en el contexto de
evaluación, en este caso de teorías, las cuestiones axiológicas son anteriores
a las epistemológicas.
Para concluir, retomaré la comparación entre las
respectivas axiologías de Kuhn y Laudan, y diré que la primera me parece mucho
más naturalizadora que la segunda. A mi juicio, en su artículo de 1977 Kuhn
hizo varias aportaciones relevantes a la axiología de la ciencia, a saber:
1. Los
valores son una de las componentes de cualquier paradigma, en particular los
valores epistémicos o cognitivos.
2. Los
valores de la ciencia no están aislados, sino interrelacionados entre sí:
conforman sistemas de valores.
3. La
axiología kuhniana no es determinista, pero orienta las preferencias entre
teorías opuestas: "dos
personas totalmente comprometidas con la misma lista de criterios pueden llegar
a distintas conclusiones" (Kuhn 1977 324).
4. Hay
sujetos valorativos individuales y colectivos en ciencia, así como factores
subjetivos en los procesos de evaluación científica: "toda elección entre
teorías en competencia depende de una mezcla de valores objetivos y subjetivos,
o de criterios compartidos e individuales" (Kuhn 1977 325).
5. La aplicación de dichos valores e incluso
algunos valores cambian con el tiempo y según las disciplinas. Hay una historicidad de los valores de la ciencia,
aunque muy pocos historiadores la han intentado investigar[20].
El planteamiento de Kuhn sobre los valores ha sido
resumido por J. Francisco Álvarez con gran claridad:
La
ciencia se produce a partir de todo un conjunto de valores que no tiene justificación
última y que esa pluralidad de valores, con sus diversas ponderaciones, produce un tipo de resultados
que no es único; tampoco se obtiene de
manera determinista mediante algún supuesto universal y bien definido método
científico, tampoco porque se organice de acuerdo con un determinado enfoque de
governance (Álvarez 2013 254).
A esta síntesis de Álvarez hay que añadirle que, desde
un enfoque kuhniano tiene sentido hablar
de una historia de la axiología de la ciencia, y no solo de una historia del
conocimiento, las teorías y de los métodos. Tanto los historiadores como los
filósofos de la ciencia deberían haber prestado más atención a estas
reflexiones de Kuhn sobre los valores y, en general a las prácticas valorativas y evaluadoras, tal y como son llevadas a cabo
por los científicos. Asimismo subrayo que estas prácticas no se reducen normas,
aunque estas existan. Investigar el contexto de evaluación es uno de los
grandes desafíos para una filosofía naturalizada de las prácticas científicas,
y en particular las múltiples actividades evaluadoras que llevan a cabo los científicos.
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[1] Lo citaremos por la
traducción al español del Fondo de Cultura Económica. México, ed.
1982. 344-364).
[2]
H. Putnam, "Beyond the Fact-Value Dichotomy". Crítica XIV 41 (1982): 8-9. Ver también Putnam (1981 11).
[3] John Dewey ya había
afirmado que “no hay ninguna investigación que no suponga juicios prácticos. El
investigador tiene que ponderar constantemente la información recogida por sus
propias observaciones y por los hallazgos de otros; tiene que sopesar valorar
su significación en cuanto a los problemas que habrá de abordar y a las
actividades de observación, experimentación y cálculo que habrá de llevar a
cabo” (Dewey 1950 197).
[4] H. Putnam, Razón, verdad e historia, Madrid, Tecnos
1988. Ver también H. Putnam, "La objetividad y la distinción
ciencia/ética". Dianoia 34
(1988) 7-25.
[5] H. Putnam
132.
[6] Wenceslao González
(1998).
[7] Ciencia es una palabra engañosamente amplia que se refiere a una variedad de cosas distintas, aunque relacionadas entre sí. Comúnmente se usa para denotar: 1) un conjunto de métodos característicos mediante los cuales se certifica el conocimiento; 2) un acervo de conocimientos acumulados que surge de la aplicación de estos métodos; 3) un conjunto de valores y normas culturales que gobiernan las actividades llamadas científicas; 4) cualquier combinación de los elementos anteriores" (Merton 356-7).
[8] Abordé esta polémica
desde una perspectiva axiológica en mi artículo "Valores contrapuestos en
la controversia Newton-Leibniz", que fue incluido en la edición de Antonio
J. Durán Guardeño y Francisco Javier Pérez Fernández del texto de Newton
titulado Analysis per Quantitatum Series,
Fluxiones ac Differentias cum Enumeratione Linearum Tertii Ordinis (Londres
1711), cuya edición en español fue publicada por la Real Sociedad Matemática
Española en 2003. En ese mismo volumen, Antonio José Guardeño aporta en su
artículo "Newton y el Análisis" (2003) muchos datos históricos sobre
la controversia, aunque no entra en las cuestiones axiológicas: se centra en
los hechos históricos documentados, aunque sin haber consultado los documentos
inéditos de Leibniz.
[9] El texto de dicho
acuerdo aparece al final del volumen editado por la Royal Society con el título Commercium
Epistolicum (Londres 1712) y ha sido traducido recientemente por Eloy Rada
en el volumen V de la Correspondencia
de Leibniz (2016), apéndice I 383-384.
[10] Según los datos aportados por Durán Guardeño (2003 clxx-clxxii), la comisión estuvo formada por siete miembros, "amigos todos de Newton" (clxx) dos de los cuales eran los editores de las obras de Newton, quienes fueron quienes consultaron los documentos de Collins y Oldenbourg, no los de Leibniz, a quien no se le pidió escrito alguno. Una semana antes de emitir el dictamen, cuya elaboración solo les llevó cincuenta días, se les unieron cuatro personas más, uno de ellos el representante en Londres del reino de Prusia, quien no participó en la elaboración del dictamen (clxx-clxxi).
[11] Commercium Epistolicum, 1712.
[12] En su alegato a posteriori, Leibniz también argumentó
que él había sido el primero en publicar el Cálculo, puesto que Newton había
decidido guardar su descubrimiento para sí y para algunos allegados suyos, sin
llevarlo a ninguna revista ni publicación. Obviamente, esto aporta otro
significado a la expresión "el primero": si el conocimiento
científico ha de ser público, la prioridad la tiene el primero que publica, no
el primero que descubre. En la ciencia moderna y contemporánea ha habido y
sigue habiendo muchos conflictos relacionados con estas dos concepciones de la
prioridad de los descubrimientos. Hoy en día el valor dominante es
"publish or perish". Para Newton no, era muy poco dado a publicar.
Desde esta perspectiva axiológica, el descubridor del Cálculo fue Leibniz, no
Newton. Salvo que Leibniz hubiera plagiado a Newton, claro, cosa que los
historiadores de la ciencia han demostrado fehacientemente que no ocurrió
(véase Knobloch y su edición del De
Quadratura Arithmetica: este manuscrito de Leibniz muestra la vía por la
que Leibniz descubrió su cálculo a finales de 1675, antes de haber recibido
carta alguna de Newton sobre el tema). Por otra parte, las notaciones de
Leibniz fueron mucho más fecundas que las de Newton, lo cual introduciría otra
dimensión al debate axiológico. Aunque sea muy sucintamente, puesto que habría
otros muchos factores a tener en cuenta en esta controversia, valga este
ejemplo como botón de muestra de lo que podría ser una historia axiológica de
la ciencia.
[13] La publicación más
fiable es la de Hall (1980).
[14] Respecto a la
metodología seguida para descubrir sus respectivos cálculos, hoy en día se
sabe, gracias a los documentos inéditos de ambos, que los métodos que siguieron
Newton y Leibniz fueron muy distintos. Asimismo sería discutible que ambos
cálculos son equivalentes. La heurística del cálculo leibniciano fue mucho más
positiva que la del cálculo de fluxiones de Newton, por decirlo en términos de
Lakatos.
[15]
"This book purports to provide better answers to some of Kuhn's questions
that Kuhn himself did".
[16] Sobre mis críticas al teleologismo en Laudan y en otros filósofos de la ciencia, ver mi artículo: Echeverría, J. "Valores epistémicos y valores prácticos en la Ciencia". El pensamiento de L. Laudan: Relaciones entre historia de la ciencia y filosofía de la ciencia. Ed. W. J. González, 1998. 135-154.
[17] Menciono en primer
lugar los axiomas, los teoremas, las demostraciones y los modelos para dejar
claro que las cuestiones axiológicas no solo afectan a las ciencias
físico-naturales y sociales, sino también a las ciencias formales. Incluidas la
lógica y la lingüística, por supuesto. Obvio es decir que si pasamos de la
ciencia a la tecnociencia, la cuestión de los valores deviene todavía más
importante, e incluso previa a los problemas y desafíos epistemológicos,
metodológicos, ontológicos y praxiológicos que las tecnociencias contemporáneas
suscitan.
[18] El naturalismo
normativo ha sido estudiado a fondo por Wenceslao J. González (1998), donde se
deja claro que se trata de un naturalismo epistemológico (González 1998 28).
[19] Cabe
mencionar a Lotze y a Herbart, entre los decimonónicos. Por mi parte, destacaré
a Scheler, Ortega y Hartmann, aunque sin olvidar a Dewey, ni tampoco a Neurath,
quien tambien fue sensible a las cuestiones axiológicas. Lamentablemente, los
epistemólogos de mediados del siglo xx
ni siquiera leyeron a los filosófos alemanes de los valores. Releer a algunos
de estos autores tendría gran interés para la cuestión de los valores de la
ciencia, aunque aquí no voy a entrar en ese debate.
[20] Una de las excepciones
es Wise 1995, sobre el valor precisión.